Y de repente, te encuentras completamente rodeado. No sabes para dónde dirigirte, no sabes a quién acudir, qué hacer o a quién llamar para lograr un objetivo: salvar tu vida. El miedo ha sido el factor que les ha estado persiguiendo a lo largo de su historia y que, por desgracia, a día de hoy siguen conviviendo junto a él. Porque es muy fácil estar sentado en una redacción o frente una cámara sabiendo que al salir volverás a tu hogar. Sin embargo, hay otras personas que se ciñen a coger una cámara, ponerse un casco y un chaleco y lanzarse a un lugar del que no saben si volverán.
El periodismo no es simplemente una ocupación, sino que el periodismo es vocación, saber y querer conocer más acerca de todo. El periodismo es ser valiente y tener la capacidad de sentarse delante de un ordenador para redactar aquello que quieres contar; o de coger una maleta diminuta y meter tus pertenencias para viajar hasta la otra punta del mundo, del cual, no sabrás cuándo volverás, en qué condiciones, o si realmente regresarás. Una labor de la que muy pocos, a día de hoy, por desgracia, se encargan y que tienen el coraje de encomendarse de ella para que la patria tenga la oportunidad de conocer en primera persona todo lo que
sucede más allá.
En efecto, son ellos: los corresponsales de guerra. Personas que se encuentran a miles y miles de km en constante contacto con sus equipos para transmitirles todos y cada uno de los detalles que surgen en el campo de batalla. No solo se trata de un trabajo con cierto grado de dificultad, sino que las condiciones de vida a las que se someten son las mismas que los guerrilleros día a día sufren por defender a su país.
Y todo esto es una pequeña pincelada de lo que narra R. Kapuscinski en su obra Periodismo y grandes maestros. Los libros, artículos o estudios académicos, entre otros muchos documentos, nos ayudan a saber lo que sucedió hace varias décadas.
Nunca nos preguntamos de dónde proviene toda esa información, esas imágenes que se recolectan en plataformas digitales y que nos acompañan en las lecturas sobre estos asuntos. Y la respuesta ante todo ello se resume en una palabra: comunicación. Una ciencia que ha ayudado a que a día de hoy seamos conscientes de lo que pasó, pasa y pasará en los próximos años. Pero, una buena información no es nada sin una buena parte visual. La palabra corresponsal no solo se refiere al periodista que se desplaza para poder escribir una crónica sobre los bombardeos que ha estado escuchando toda la noche; los muertos que tuvieron que recoger delante suya; o los millones de disparos que ha tenido que sentir y que retumbaban en sus tímpanos. Corresponsal también es aquella persona que coge su equipo compuesto por cámara y micro y hace que sintamos escalofríos mientras que
estamos en los salones de nuestras casas viendo esas imágenes tan impactantes que nos ofrece y que emocionalmente nos dejan marcados. En este momento, periodismo y comunicación audiovisual se convierten en la mezcla perfecta para llevar a cabo un proyecto por el que se ha necesitado una preparación previa tanto técnica, como física y psicológica.
Guerra de Vietnam. Se trata del punto de inflexión dentro del mundo de la comunicación. Trajo consigo un nuevo panorama tecnológico “no presente”, por el que los civiles podrían ver con precisión las imágenes insoportables del conflicto desde la TV de sus hogares. Los espectadores quedaron fuertemente impactados por las retransmisiones, no por una crueldad “jamás vista”, sino que era un problema emocional de la cultura del momento. ¿Y todo ello, por qué se pudo llevar a cabo? Pues muy sencillo, por la corresponsalía, la cual, ha tenido que hacer frente a obstáculos como la censura, entre otros muchos. Un elemento clave por el que
muchos compañeros no han podido ofrecer ese trabajo, por el que tanto han luchado y trabajado tantísimo tiempo por una simple razón: el ideal gubernamental del momento.
Cuando realmente se quiere saber la verdad y poner solución a problemas mundiales, la ideología se debe dejar a un lado y se elige la moral personal.
La psicología juega un papel fundamental en este proceso, pero no me refiero al impacto psicológico de los medios o de las personas que lo viven, sino de sus familias. En el momento en el que le ves salir por la puerta no saben si volverán a verlo o no. Una simple despedida que concluye con un beso y con un ‘’nos vemos en nada‘’, y que después se acaba convirtiendo en una llamada por la que el teléfono se queda inundado por miles de lágrimas derramadas y llantos desconsolados. Ese adiós que nadie está preparado para dar en ningún momento y que nunca se deseó dar. Porque la corresponsalía no solo involucra a los afectados que se encuentran en un pensamiento constante, sino a todo el equipo que tienen detrás. ¿Volverá?, ¿Cuánto queda para que acabe este sufrimiento?, ¿Será esta la última vez que le vea?, etc. Un mar de dudas, pero sobre todo, una marabunta de miedo que inunda sus corazones.
A día de hoy, la visibilidad de esta labor es mucho mayor en comparación a tiempo atrás. Generación tras generación han sido los encargados de educar para seguir creciendo, luchando por su libertad de expresión, pero sobre todo: siguen luchando por cubrir conflictos que se les quedarán grabados en sus retinas para siempre. Y es que, simplemente, debemos de irnos a unos pocos miles de kilómetros al norte de Europa y veremos como Rusia y Ucrania han sido las culpables de que, por suerte o por desgracia, esta labor continúe en pleno 2023. Corresponsal: una palabra corta, pero que tiene mucha fuerza y mucho futuro detrás de ella.