Cuándo piensas en Bétera es inevitable que a tu mente lleguen imágenes de sus tradiciones y que, sin pretenderlo, nuestros sentidos se disparen y casi podamos percibir el olor a pólvora y albahaca. Bétera sin duda es un pueblo muy especial que
ha ganado el corazón de algún que otro forastero, yo incluida. Desde su gente, sus fiestas y hasta su patrimonio. Es un pueblo en el que conectas con la historia a través de sus casas más emblemáticas y la acercas a las nuevas generaciones y
sus intereses. Sin embargo, últimamente cuando pienso en Bétera no es el olor a albahaca el que me inunda sino al de orín. No pienso en sus gentes y sus fiesta, sino en las aceras inviables que la conforman.
Y es que desde hace un tiempo Bétera parece un pipican. No hay esquina que no esté marcada por el orín de un perro o acera en la que puedas pasear tranquilamente sin tener que esquivar un excremento. Me consta, a su vez, que muchos locales y viviendas han acabado con humedades en las paredes que los perros orinan.
¿El problema real son los perros o los dueños de dichos animales? No es la primera vez que veo perros sueltos que van marcando por diestro y siniestro sin que el dueño se preocupe realmente por las consecuencias. Ya que ese orín atraerá más perros que seguirán marcando haciendo que esa pequeña marca se haga más grande. Dicha marca no está en una pared cualquiera, es una mancha en una pared de la casa de alguien o un local en el que ese alguien se está ganando la vida. Que ese pequeño pipí será más adelante una humedad que costará reparar no sólo dinero, sino tiempo y esfuerzo porque alguien decidió no ser responsable con los animales que adopta.
También abundan los dueños de perros los cuales, aún teniendo atados a sus mascotas, deciden que es más importante mirar el Facebook que vigilar que su animal no orine en la entrada de la vivienda. Y quizás que puede que sea la vivienda de una mujer mayor que no puede agacharse a limpiarlo o de una familia.
¿Dónde queda la empatía? ¿Y el respeto?
Creo, además, que uno de los círculos del infierno está especialmente dedicado a quienes teniendo un descampado a cuatro pasos de una casa, prefieran dejar a sus perros orinar en la propiedad de alguien.
Me pregunto qué pasaría si se decidiera que, al igual que los perros de ciertos vecinos cagan y orinan en las casas ajenas, los pañales de los bebés ya no se tiran en el contenedor orgánico sino en los buzones de los dueños de perros. De hecho, sí este artículo hablase de que los padres dejan los excrementos de sus criaturas en buzones, los comentarios se llenarían de mensajes a favor de poner un remedio. A decir verdad, juraría que hasta sería un delito que castigaría a dichas personas con algún tipo de multa.
El problema no es el perro, está claro, el problema eres tú querido dueño de un canino, que no respeta que vive en sociedad y se comporta peor que un animal cuya inteligencia le llega para lamerse los testículos y ladrar a un igual sólo porque está a varios metros de él.