Creo que ha llegado el momento en que estas palabras, que a lo largo del tiempo van a coger forma, se las dedique a un ser el cual hizo que nuestra casa se llenase de luz y color. Ese pequeño ser que hizo que realmente pudiese experimentar por primera vez lo que era realmente querer de una manera diferente al querer que tienes para tu familia. Un amor el cual, a lo largo de los años, se ha ido desarrollando, ha ido creciendo más y más y, al final, nos ha convertido en hermanos.
Me acuerdo perfectamente el día en el que entraste por la puerta, no solamente de nuestra casa sino de nuestra vida. Podíamos ver como un pequeño ser bajó del coche totalmente mareado y dando tumbos de un lugar para otro junto a uno de sus numerosos hermanos después de haber recorrido cientos de kilómetros hasta poder llegar al que sería su futuro hogar, en el que crecería, sería educado y tratado como un auténtico miembro de la familia.
Y así fue porque, poco a poco, veíamos como ese pequeño peluche iba pegando el estirón y las patas eran como dos grandes árboles. La cabeza pasó a ser del tamaño de la mía o incluso más grande y, finalmente, su barriga pasó a ser la de papá Noel. Ya no eras el pequeño cachorro que iba corriendo por toda la casa y, a la hora de frenar, se te adelantaba antes el trasero que las patas y la carrera acababa en un gran golpe contra algún mueble. Pasaste a ser un hombrecito.
No solamente te hemos visto crecer, sino que tú también nos has visto a nosotros. Sobre todo, me has visto a mí desde mi infancia y continuas en mi plena adolescencia, viéndome crecer, pasarlo bien o, a veces, no tanto.
Cuando abro esa puerta de casa, lo que más feliz me hace es poder saludarte y darte esos abrazos en la cabeza y poder merendar contigo a tu lado, mientras los dos vemos el móvil o la parte de una peli que al final nunca acabamos de ver juntos.
Soy hija única, como ya muchos sabréis, pero en mi casa siempre hemos sido cuatro: mi madre, mi padre, la chiquilla y el chiquillo. Pero, de repente, abres los ojos y ves como tu compañero, el que hace que siempre tengas diversión asegurada en casa, cumple diez años. Ahí, te das cuenta que, poco a poco, se va apagando, que hay que ir más al veterinario, que tienes que salir de urgencias a altas horas de la mañana por un susto o te sientan y no te dan una buena noticia.
En ese momento empiezan a venirte todo esos recuerdos que has compartido con él, a todos los sitios a los que habéis ido, habéis visto o en los que habéis jugado y corrido como locos sin parar.
Nunca te imaginas que ese momento va a llegar, en el que te dicen: “Ya está mayor y los perros grandes no suelen durar mucho”. Al final acaba llegando y, sinceramente, lo detestas porque no quieres ver realmente el final. Nunca lo imaginaste, ya que siempre viviste cada momento al máximo y, sobre todo, porque ves como todo el mundo lo quiere y él a ellos también.